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Los antimicóticos son medicamentos que se usan para tratar las infecciones por hongos. Hay diferentes tipos de antimicóticos, como los orales, los tópicos y las lociones.
Los antimicóticos orales se toman por la boca y pueden tener efectos secundarios como náuseas, dolor de cabeza o alteraciones hepáticas. Algunos ejemplos de antimicóticos orales son el fluconazol, el itraconazol y la terbinafina.
Los antimicóticos tópicos se aplican sobre la piel y suelen tener menos efectos secundarios que los orales. Algunos ejemplos de antimicóticos tópicos son el clotrimazol, el miconazol y el ketoconazol.
Las lociones son líquidos que se rocían o se frotan sobre la piel y pueden ser más cómodos de usar que las cremas o los ungüentos. Algunos ejemplos de lociones antimicóticas son el ciclopirox y el naftifina.
No hay un antimicótico que no sea oleoso, pero hay algunos que se absorben más rápido que otros. Por ejemplo, el ciclopirox y el naftifina en forma de loción pueden ser más rápidos que el clotrimazol en forma de crema. Sin embargo, la elección del antimicótico depende del tipo y la localización de la infección, así como de la prescripción médica.
Es importante que consultes con tu médico antes de cambiar o suspender el tratamiento antimicótico que te ha indicado. El médico podrá evaluarte y recomendarte el mejor medicamento para tu caso.