La necrosis se define como la detención prematura y no programada del funcionamiento de una o varias células de un tejido del cuerpo humano. El tejido necrótico no es capaz de reanudar sus funciones normales en el organismo y están como muertas.
Existen diferentes clases de necrosis, entre ellas, dos son las más frecuentes: la necrosis isquémica (también llamada necrosis coagulativa), vinculada a la zona donde se ha detenido el flujo sanguíneo como, por ejemplo, después de un infarto de miocardio, una quemadura o una lesión por presión. Y la necrosis por licuefacción, que resulta de la digestión de las células muertas y puede empeorar por pus; generalmente, se debe a una infección bacteriana. También se puede citar la necrosis fibrinoide que afecta al vaso sanguíneo en condiciones particulares, como las enfermedades autoinmunes (sobre todo, el lupus eritematoso).
Dependiendo de la zona afectada por necrosis, las consecuencias que pueden surgir son más o menos graves. La necrosis a nivel del corazón es responsable de la insuficiencia cardíaca y la necrosis de las células cerebrales causa perturbaciones sensoriales y motoras. En algunos casos más graves, resulta mortal como en el caso de la septicemia o gangrena.
No hay que confundir la necrosis con la apoptosis. Estos dos fenómenos conducen a la muerte celular, pero el caso específico de la apoptosis resulta ser una forma de muerte celular programada genéticamente, mientras que la necrosis es una patología verdadera que a menudo es perjudicial.