A partir de los seis meses de edad el sistema digestivo del bebé está lo suficientemente maduro para empezar a digerir ciertos alimentos sólidos. Generalmente, a los doce meses el bebé ya pueda comer prácticamente de todo. Sin embargo, su sistema digestivo se seguirá desarrollando y los dos primeros años de vida son cruciales para tener un sistema digestivo sano.
El sistema digestivo no sólo sirve para digerir alimentos: las nuevas investigaciones ponen en evidencia que, en realidad, juega un papel muy importante en la salud general de una persona. Sin un sistema digestivo sano, el bebé no podrá absorber todos los nutrientes que necesita para desarrollarse y crecer saludable. Casi el 80% del sistema inmunológico de un individuo se encuentra en la pared del intestino. Si el sistema digestivo no se encuentra en óptimas condiciones, puede afectar al bebé de muchas maneras, incluyendo su peso al crecer, su condición nutricional, su desarrollo físico, cognitivo y hasta sus emociones.
Existen algunos alimentos que son muy difíciles de digerir, que quitan energía y nutrientes para el desarrollo, y que, además, pueden provocar reacciones alérgicas que pueden afectar las condiciones de las paredes intestinales y, como consecuencia, la salud en general. Los enzimas del intestino delgado empiezan a aparecer más o menos a los 9 meses de edad y alcanzan su nivel potencial a los 18 meses. La falta de estos encimas y las dificultades para digerir correctamente cierto tipo de alimentos puede interferir con la absorción de sus nutrientes y llevar a un bebé a tener bajo peso y mala salud. Por esta razón es mejor evitar estos alimentos antes de los 12 meses de edad. Es preferible esperar hasta los 18 meses para consumirlos.
En los niños menores de 7 años, la Organización Mundial de la Salud asegura que las cantidades de sal no deben superar los 3 gramos diarios. En los bebés menores de un año se recomienda suprimirla totalmente.
Los abundantes procesos de elaboración por los que pasan estos alimentos provocan la pérdida de todos sus nutrientes y la aparición de condimentos poco saludables, por lo que su introducción en la dieta de los bebés no resulta recomendable.
La miel puede contener esporas de clostridium botulinum, una bacteria que provoca botulismo y que no puede ser combatida por el intestino del bebé. Por lo tanto no se debe administrar a los menores de un año.