La ansiedad es un mecanismo de defensa y en muchas ocasiones es un sentimiento normal por el cual las personas se sienten amenazadas, en cierto peligro o cuando experimentan miedo. La ansiedad se vuelve algo anormal cuando este sentimiento se lleva al extremo, cuando la sensación de alerta se trastoca y en lugar de ayudar perturba a la persona desencadenando reacciones que lo mantienen en una constante situación de alteración: esto es lo que denominamos transtorno de ansiedad.
Existe una cierta predisposición genética a sufrir transtornos a sufrir transtornos de ansiedad. También puede influir la educación que dichas personas hayan recibido desde pequeños, influye la formación de su personalidad, haciéndolos débiles ante cualquier tipo de situación amenazante.
El ritmo de vida actual a veces no nos permite relajarnos ni tomarnos un tiempo para nosotros mismos puede ser un factor decisivo.
Ante situaciones difíciles, el cuerpo libera ciertas hormonas que nos autoregulan e intentan mantener ese equilibrio produciendo ciertos cambios físicos, que de manera exacerbada producen aceleración del ritmo cardíaco, respiración agitada, tensión muscular y excesiva sudoración ante las preocupaciones habituales.
Existen enfermedades como la angina de pecho o las alteraciones de la glándula tiroides que pueden generar ciertos transtornos como dificultad para respirar o la angustiosa necesidad de consumir alimentos.
La ingesta y consumo de antidepresivos, cafeína, alcohol y drogas pueden comenzar planteándose como paliativos para la ansiedad pero que al final pueden crear cierta adicción, generando ante la falta de éstos un síndrome de abstinencia, que conlleva a la ansiedad.
Problemas laborales, la dificultad en las relaciones interpersonales, problemas de la casa así como también el ruido son potenciales desencadenantes de ansiedad.