Algunas infecciones que se padecen durante el embarazo no representan peligro, como un resfriado. Pero existen ciertas infecciones que son un peligro, ya que pueden causar enfermedades congénitas o discapacidades en el bebé.
Ciertas infecciones que puede tener la mujer mientras está embarazada son peligrosas para el feto. En ocasiones, estas infecciones provocan síntomas leves en la madre (rubéola, citomegalovirus, toxoplasmosis), pero otras veces pueden ser más graves, como la sífilis. Si el feto se infecta puede morir o sobrevivir y nacer con una infección (VIH, toxoplasmosis) o con malformaciones como es el caso de la rubéola o la sífilis.
Actualmente, la rubéola es la única infección congénita que puede evitarse mediante la vacunación. Entre las infecciones de la madre más importantes destacamos la rubéola, la infección congénita por citomegalovirus (CMV), la sífilis congénita, la toxoplasmosis congénita, la infección por el virus del SIDA o VIH y la listeriosis congénita y neonatal.
Entre las infecciones que pueden afectar a la madre durante el embarazo se encuentran las provocadas por el Streptococcus agalactiae (estreptococo del grupo B), la vaginosis bacteriana, la tricomoniasis (enfermedad de transmisión sexual), la candidiasis, las infecciones urinarias y la listeriosis.
Existen varios tipos de virus que se pueden transmitir de una mujer embarazada a su bebé. Algunas de estas infecciones pueden provocar anomalías congénitas, infecciones en el recién nacido o tener consecuencias en el niño que aparecen algunos meses o incluso años después. Estas consecuencias dependen del virus responsable y del momento del embarazo en el que aparece la infección.
Los principales virus responsables de infecciones adquiridas en el útero son los citomegalovirus, el virus de la rubéola, los parvovirus B19 y el virus de la varicela. Otros virus pueden infectar al niño, especialmente, en el momento del parto como el virus herpes simple, el VIH y el virus de las hepatitis B y C.
La rubéola es una infección viral muy contagiosa que aparece normalmente entre los 5 y 9 años de edad. El 94 % de las mujeres embarazadas están protegidas por los anticuerpos fabricados en su infancia o por posteriores vacunaciones. Pero las mujeres embarazadas no inmunizadas pueden contagiarse de rubéola y transmitirla al bebé a través de la placenta, provocando así un grave riesgo de malformación.
Los síntomas de la rubéola son fiebre, dolor de cabeza, erupción en el cuello y la cara. La rubéola es difícil de diagnosticar, ya que los síntomas se pueden parecer a los de otras enfermedades virales. A veces la rubéola pasa totalmente desapercibida. Los síntomas provocados por el virus de la rubéola, aunque moderados, pueden tener repercusiones en el feto y provocar malformaciones. La única forma de asegurarse de que no hay infección por rubéola es el análisis de sangre de forma repetida.
Las mujeres embarazadas, especialmente las madres de otros niños pequeños o que trabajan en escuelas, pueden infectarse por el virus CMV o citomegalovirus. Este virus se contagia a través del contacto repetitivo con la saliva o la orina de niños pequeños. El virus puede provocar un aborto espontáneo durante el primer trimestre del embarazo.
El citomegalovirus se puede transmitir al feto y provocarle sordera, retraso mental, enfermedades hepáticas, retraso en el crecimiento o malformaciones. Las manifestaciones de la infección por CMV se parecen a cualquier otro virus corriente como el de la gripe: fiebre, dolor de cabeza y dolores musculares, entre otras. Generalmente, una madre que ha estado en contacto con el CMV antes del embarazo ya está inmunizada.
Un análisis de sangre de la madre detecta la presencia de anticuerpos contra el virus CMV. Un test negativo significa que la mujer no ha estado en contacto con el virus. Si el test da positivo durante el embarazo, se debe consultar rápidamente con el médico para confirmar la ausencia de contaminación del feto.
Actualmente, esta infección es muy rara gracias a que se suele detectar a través de un análisis de sangre que se practica a la futura madre en las clínicas prenatales y al tratamiento con penicilina. Sin embargo, todavía se encuentra en países en vías de desarrollo.
Las características clínicas en lactantes son la rinitis (ruido al respirar), las lesiones cutáneas y en las mucosas, la hepatoesplenomegalia (inflamación del hígado), la linfadenopatía (hinchazón de ganglios linfáticos) y las alteraciones óseas, dentales y cartilaginosas (nariz en silla de montar).
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