Las pruebas prenatales son las que utilizan los doctores o las parteras para comprobar el estado de salud de la madre y del bebé.
Los exámenes prenatales son los que se realizan durante el embarazo para detectar, entre otros, problemas como la diabetes gestacional y la preeclampsia (hipertensión arterial), patologías que pueden ser graves sin tratamiento. Estas pruebas proporcionan información sobre la salud del bebé y también si tiene algún defecto de nacimiento o mutaciones cromosómicas. Pero ningún examen es infalible y hay que tener en cuenta que ciertos resultados pueden ser erróneos.
En la primera visita, el médico o la comadrona realiza una exploración completa, un examen de la pelvis, la prueba de Papanicolau y un cultivo para buscar clamidia, gonorrea o cualquier otra patología que pudiera pasar inadvertida. También se realiza un análisis de sangre para identificar el grupo sanguíneo y el factor Rh, así como un hemograma para descartar una anemia. Además se busca sífilis y se realiza una serología (estudio para comprobar si existen anticuerpos) de la hepatitis B, la rubéola, el sarampión —si la futura madre no está segura de haberlo padecido— y el VIH. Suele practicarse un análisis de orina para descartar una infección urinaria. Durante la primera consulta, a veces, se practica una ecografía para confirmar el embarazo y determinar la fecha probable de parto. Si existe riesgo de diabetes gestacional, se hace una prueba de tolerancia a la glucosa.
También pueden realizarse exámenes para detectar síndrome de Down y otros problemas cromosómicos o anomalías congénitas; para esto se hace un análisis de sangre entre las semanas 9 y 13. Entre las semanas 11 y 13, a veces, se realiza un examen de translucencia nucal, que mide el grosor de la parte posterior del cuello del feto. En algunos Centros de Salud, se ofrece el test prenatal no invasivo, un nuevo análisis de sangre que puede detectar el síndrome de Down y otras malformaciones desde las 10 semanas de embarazo.
Según los antecedentes de la madre, pueden hacerse otras pruebas genéticas para detectar ciertos trastornos como la fibrosis quística (acumulación de moco en los pulmones y el tubo digestivo), el síndrome del cromosoma X frágil (discapacidad intelectual), la atrofia muscular espinal (ataca las neuronas motoras), la enfermedad de células falciformes (trastorno de los glóbulos rojos), una talasemia (destruye los glóbulos rojos) o la enfermedad de Tay-Sachs (afecta al sistema nervioso).
Un examen opcional es la muestra de vellosidades coriónicas (MVC), una prueba invasiva que se hace entre las semanas 10 y 13 para determinar con seguridad si el bebé tiene síndrome de Down u otras anomalías en los cromosomas.
Durante el segundo trimestre del embarazo, entre las semanas 16 y 20, suele hacerse una ecografía para detectar posibles anormalidades físicas. Entre las semanas 24 y 28, se hace una prueba de glucosa para descartar diabetes gestacional y un nuevo análisis de sangre para descartar una anemia. A veces, también se realiza un análisis de orina para detectar la preeclampsia o alguna infección urinaria.
En caso de que la futura madre sea Rh negativo y el padre Rh positivo (o si se desconoce), se determinan los anticuerpos contra la sangre Rh positivo, antes de administrar una inyección de inmunoglobulina (mejora la respuesta del sistema inmunitario) en la semana 28. Entre las semanas 15 y 18, es posible realizar la prueba de marcador múltiple (o prueba de detección cuádruple), que consiste en un análisis de sangre para detectar problemas cromosómicos (como el síndrome de Down) y otros defectos congénitos. Lo ideal es que esta prueba se haga junto con los exámenes del primer trimestre, los cuales se conocen como las pruebas integradas o secuenciales. En caso de que se tenga que hacer una amniocentesis (para buscar anomalías congénitas, problemas genéticos, infecciones y el desarrollo pulmonar), se realiza entre las semanas 16 y 20.
Pueden practicarse análisis de orina para detectar la preeclampsia o infecciones de las vías urinarias. Entre las semanas 35 y 36, se hace un examen para detectar estreptococos del grupo B, una infección común. Si el resultado es positivo, la madre toma antibióticos durante el parto para prevenir que transmita la bacteria al bebé.
Otras pruebas que pueden hacerse durante el tercer trimestre son opcionales y dependen de los resultados obtenidos en los exámenes de los trimestres anteriores, como nuevos análisis para detectar anemia, una nueva prueba de tolerancia a la glucosa para detectar diabetes gestacional, nuevos exámenes de sífilis, gonorrea y VIH, en caso de que la mujer tenga riesgo de padecer una enfermedad de transmisión sexual (ETS). Si antes se detectó una placenta previa o placenta baja, se realiza otra ecografía.
Hay que tener en cuenta que no todos los embarazos son iguales y que la frecuencia de las pruebas depende de los motivos médicos. Si se constata un retraso en el crecimiento del bebé, probablemente se realicen más ecografías para medir al bebé y verificar el nivel del líquido amniótico. Si el embarazo ha sido normal, pero se rebasa la fecha probable de parto, se hacen más pruebas para comprobar que todo esté bien.
A veces, durante las últimas semanas, se realiza un perfil biofísico completo o modificado que puede incluir una prueba sin estrés para verificar la frecuencia cardiaca del bebé y una ecografía para medir el nivel del líquido amniótico. Por lo general, estas pruebas se hacen dos veces a la semana y con ellas, el médico puede determinar si es seguro esperar a que el parto empiece de manera natural.
Hay que aconsejar a las mujeres que se hagan un análisis de sangre cuando decidan tener un bebé. Cuando se realizan los distintos exámenes, si algún test es negativo, significa la ausencia de anticuerpos, por lo que es necesario vacunarse en ese momento. Es decir, un test negativo durante el embarazo demuestra la carencia de anticuerpos, entonces se prevé una vacunación antes o después del parto. Por el contrario, la presencia de anticuerpos significa que la futura madre está inmunizada. El primer examen del embarazo es una muestra de sangre que, entre otras características, permite conocer la cantidad de la hormona HCG.
Un Rh negativo significa que la madre puede desarrollar los anticuerpos contra su bebé, si éste es Rh positivo. La inmunización se efectúa generalmente en el momento del parto. No existen riesgos cuando se trata del primer embarazo. El riesgo aparece en los embarazos posteriores, después de un aborto natural o de una interrupción voluntaria del embarazo.
La determinación del grupo sanguíneo se efectúa a lo largo del primer examen prenatal. Una segunda prueba del grupo sanguíneo se realiza entre los meses 8 y 9. La búsqueda de anticuerpos irregulares se ejecuta durante los meses 6 y 8, si la futura madre es de tipo Rh negativo o si ha recibido una transfusión. Después de cada embarazo se realiza un tratamiento preventivo mediante la administración de una vacuna anti Rh dentro de las 72 horas después del parto.
El hemograma completo se realiza a lo largo del mes 6 de embarazo, pero se puede hacer antes si se sospecha un posible riesgo de infección o anemia.
La ausencia de anticuerpos contra la toxoplasmosis significa que la futura madre no está inmunizada contra esta enfermedad parasitaria que puede provocar infecciones mortales en el feto. Por lo tanto, una toma de sangre debe efectuarse cada mes para verificar que la mujer no ha estado en contacto con la enfermedad. Son importantes las medidas de prevención de contagio, así como las reglas de higiene, como lavarse las manos regularmente, lavar frutas y verduras antes de ingerirlas, entre otras. También hay que verificar la protección contra la sífilis, enfermedad sexualmente transmisible que puede contagiar al bebé.
Este test no es obligatorio, pero se aconseja y es aceptado por más del 90 % de las mujeres embarazadas. Si una mujer no sabe que es portadora del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), tiene una posibilidad sobre 4 de transmitir el virus a su hijo. En caso de que el diagnóstico se confirme, un tratamiento puede evitar los riesgos de transmisión y disminuir el riesgo a menos de uno sobre 100.
Se aconseja realizar esta prueba durante el mes 6, ya que esta infección se transmite fácilmente al bebé. Si se demuestra que la madre es portadora del virus de la hepatitis B, se vacuna al bebé en la sala de partos justo después del nacimiento. También se vacuna a otros miembros de la familia.
La rubeola puede provocar malformaciones en el feto. Si el análisis de sangre confirma que la mujer ha estado en contacto con la rubeola durante el embarazo, se debe establecer una vigilancia especial. Es importante consultar con el médico en caso de que aparezca una erupción durante el embarazo, sobre todo si la mujer no ha sido vacunada.
Se detecta la diabetes gestacional a las 28 semanas de embarazo, o sea, alrededor del mes 7, mediante un análisis de glucemia. Estos test están pensados, sobre todo, para las mujeres con factores de riesgo, como exceso de peso, antecedentes familiares de diabetes, mujeres mayores de 40 años de edad, mujeres originarias de Asia, África del Norte y las Antillas, con antecedentes de malformaciones o muerte del feto. Las mujeres con diabetes tienen el riesgo de dar a luz a un niño más gordo y de tener un parto más difícil.
Este test permite evaluar el riesgo de que el niño sea portador de trisomía 21, una forma de síndrome de Down. Sucede si existe una copia extra del cromosoma 21, lo que genera problemas de desarrollo del cuerpo y el cerebro. En el caso de que sea positivo, se puede proponer una amniocentesis (prueba prenatal para analizar el líquido amniótico).
Entre los exámenes prenatales, se encuentran los análisis de orina que permiten buscar la presencia de azúcar (la diabetes se confirma a través de un análisis de sangre) y albúmina, que puede ser un signo de toxicomanía y se puede asociar con la hipertensión arterial y aparición de edemas, lo que puede entrañar complicaciones graves. La presencia de gérmenes en la orina puede confirmar una infección urinaria que debe ser tratada.
Cuando se sospecha alguna anomalía durante una ecografía o porque existe un grave riesgo para el feto, es necesario realizar otro ultrasonido, llamado ecografía de diagnóstico. Se realizan habitualmente por Centros Multidisciplinarios de Diagnóstico Prenatal. Las ecografías realizadas en este marco estrictamente médico no tienen ningún peligro para el feto.
Sin duda, la ecografía es el examen fundamental para vigilar el embarazo, detectar las malformaciones, medir al bebé, identificar los latidos del corazón, comprobar la posición de la placenta y conocer el sexo del feto. Representa un momento importante del embarazo ya que, gracias a este examen, los futuros padres descubren si el bebé está bien dentro del vientre de la madre. De igual forma, representa muchas angustias porque pueda descubrirse alguna malformación en el curso de este examen.
La ecografía se practica con la ayuda de una sonda de ultrasonidos que se coloca sobre el vientre de la mujer. Se aplica un gel sobre la superficie del vientre con el fin de facilitar la transmisión de los ultrasonidos. Se aconseja no utilizar cremas hidratantes en los días previos a la ecografía y, por otra parte, es preferible tener la vejiga llena ya que permite obtener una imagen de mayor calidad.
Los ultrasonidos emitidos se reflejan de forma diferente en función de la densidad del tejido. Después, se transforman en señales por un sistema informático y se retransmiten en una pantalla de vídeo en forma de imágenes. Se debe informar a la mujer de que la ecografía no detecta todas las anomalías morfológicas. Una ecografía obstétrica normal no significa al 100 % que, a la hora de nacer, el niño no presentará ninguna anomalía.
La primera ecografía se realiza a las 12 semanas de la amenorrea, es decir, la ausencia de menstruación. Permite controlar el desarrollo del feto comparando los datos obtenidos con exámenes de los miembros, la proporción de la cabeza, la distancia entre la altura del cráneo y el coxis, por ejemplo; conocer la fecha exacta del embarazo; confirmar la existencia de más de un feto; identificar ciertas malformaciones; detectar los riesgos de anomalías cromosómicas; localizar la placenta y asegurarse de que el embrión es normal.
En ciertos casos, puede prescribirse una ecografía doppler, que permite medir el flujo dentro de los vasos sanguíneos del útero y del cordón umbilical, así como la talla del cordón umbilical, de la arteria uterina o de la arteria cerebral del feto.
También denominado ecografía de la morfología, está previsto entre las semanas 20 y 22. Permite analizar con detalle la anatomía del feto, indica el emplazamiento de la placenta, el crecimiento del feto y detecta posibles malformaciones. Normalmente, permite descubrir el sexo del bebé: el 70 % de las parejas desean conocer el sexo de su futuro hijo antes del nacimiento.
La ultima ecografía se efectúa entre las semanas 32 y 34. Permite detectar anomalías y malformaciones no identificadas en el transcurso de las ecografías precedentes, identifica si existe un retraso en el crecimiento del feto y señala la posición del bebé dentro del útero. Es posible realizar una ecografía en cualquier momento del embarazo en caso de sospechar alguna anomalía.
La ecografía obstétrica puede ser practicada por los radiólogos, los médicos generalistas, los ginecólogos, las comadronas y otros médicos. No se exige todavía ningún diploma obligatorio para practicar un ultrasonido. Se debe desconfiar de los consultorios que carezcan de los requisitos de Seguridad Social de cada país que ofrecen realizar ecografías de recuerdo.
La calidad de las ecografías puede ser desigual. A un médico poco experimentado, que haya realizado pocas ecografías fetales, se le puede pasar por alto una malformación. La experiencia del médico que la practica y la calidad del ecógrafo se reflejan en la buena fiabilidad de las ecografías.
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