Para que el estado de salud de una persona que ha dejado de fumar se asemeje al de una persona que nunca ha fumado deberán haber transcurrido 15 años desde la última vez que se probó un cigarro. Dejar de fumar puede disminuir los síntomas alérgicos, la intensidad de las crisis de asma y el número de episodios de bronquitis crónica. La piel retoma rápidamente un color más vivo y una cierta elasticidad. El aliento es más agradable y menos fétido.
Veinte minutos después del último cigarro, la frecuencia cardiaca vuelve a la normalidad.
Los riesgos de un infarto de miocardio comienzan a disminuir. El monóxido de carbono se elimina y ya no se detecta en el cuerpo.
Pasados dos días después de dejar de fumar, ya no hay nicotina en la sangre.
Al cabo de dos semanas sin fumar, se recupera el sentido del gusto y la piel adquiere un color más claro. Entre tres y nueve meses después de dejar de fumar, la respiración mejora.
Los riesgos de padecer enfermedades cardiovasculares se reducen a la mitad cuando ha transcurrido un año desde el último cigarro.
El riesgo de sufrir accidentes vasculares se reduce a la mitad y el riesgo de cáncer de pulmón se reduce un 50 % (llegando a ser similar al de las personas que no fuman al cabo de 15 años desde el último cigarro). Los riesgos de cáncer de boca, de esófago o de la vejiga también disminuyen un 50 %.
El riesgo de sufrir un accidente vascular cerebral es el mismo que el de un no fumador.
El riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares es similar al de un no fumador.
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