La tos ferina, también conocida como coqueluche, pertussis o tos convulsa, es una infección muy contagiosa provocada por la bacteria Bordetella pertussis.
La tos ferina afecta a niños y bebés, también a los adultos y niños mayores que no han sido vacunados. En muchas ocasiones, una rinofaringitis precede la aparición de los primeros síntomas de la tos ferina. Esta enfermedad se contagia de una persona enferma a una sana a través de las gotitas que se expelen al toser o hablar.
La incubación suele durar entre 7 y 14 días, mientras que el periodo de invasión dura 10 días. Una rinofaringitis precede normalmente a la aparición de los primeros síntomas de la tos ferina.
Los ataques de tos son característicos. La tos ferina comienza con una tos que se vuelve cada vez más frecuente y termina en ataques de tos. Estos son repetitivos y violentos con dificultad para respirar y unas sacudidas respiratorias ruidosas. Los ataques pueden llegar a tener lugar hasta 20 veces al día y son agotadores. Entre dos ataques de tos, el niño inspira profunda y ruidosamente. El periodo de ataques dura alrededor de 2 a 3 semanas.
Una tos ferina en los recién nacidos puede generar complicaciones respiratorias graves. Los episodios de tos seca agravados por los esfuerzos, el frío o el tabaco pueden prolongarse después de los ataques de tos.
El diagnóstico de la tos ferina es difícil porque esta enfermedad puede parecerse, por ejemplo, a la bronquitis. Muchos niños sufren, de esta forma, durante varias semanas una tos ferina antes de que el diagnóstico sea efectuado.
Es necesaria extraer una muestra de la nasofaringe para buscar la bacteria, además de hacer un análisis de sangre que sirve para efectuar una serología de la tos ferina. Para confirmar el diagnóstico hay que volver a realizar el análisis alrededor de 3 semanas más tarde.
El tratamiento de la tos ferina consiste en tomar varios medicamentos, de los cuales los más importantes son los antibióticos.
El tratamiento antibiótico para la tos ferina se aconseja dentro de las 3 primeras semanas de evolución. Permite reducir rápidamente la capacidad de contagio.
El antibiótico más usado es la eritromicina. Se prescribe por vía oral en forma de jarabe o comprimidos durante un periodo de 2 semanas. La posibilidad de contagio provocada por la bacteria que origina la tos ferina desaparece al final de las 4 o 6 semanas, aunque no desaparece de forma rápida los síntomas, especialmente la tos. Los antibióticos betalactámicos (penicilina, cefalospirinas) son ineficaces.
Los enfermos deben estar aislados para prevenir toda contaminación hasta el quinto día después de haber iniciado el tratamiento. Todo su entorno debe ser tratado preventivamente con antibióticos, durante 10 días, con el fin de evitar la transmisión de la enfermedad.
Aún quedan otros métodos terapéuticos (broncodilatadores, corticoides) por probar contra la tos ferina. Los antitusivos o antitusígenos (medicamentos para la tos seca) son ineficaces. En los casos graves, la prescripción de corticoides permiten reducir la intensidad de los ataques de tos. La aparición de ataques de tos asfixiante hacen necesaria la hospitalización.
La vacuna contra la tos ferina debe administrarse a la edad de 2 meses, 3 meses y 4 meses. Las dosis de refuerzo deben aplicarse alrededor de la edad de 18 meses y entre los 11 y 13 años.
El retraso de la vacunación es el origen del 50 % de los casos de tos ferina en los bebés. La dosis de refuerzo se recomienda a todos los adultos que se vacunaron hace más de 10 años.
Como complicaciones de la tos ferina se encuentra la neumonía y otros problemas pulmonares. Esta enfermedad también puede dejar secuelas de tipo neurológico, provocadas por las pausas respiratorias prolongadas y frecuentes, además de su asociación con episodios convulsivos.
Durante mucho tiempo se consideró que esta enfermedad afectaba únicamente a los niños, pero cada vez más se diagnostica también en personas adultas. Detrás de esto hay dos nuevos factores a tener en cuenta: que los adultos se reinfectan, es decir, se vuelven a enfermar lo que rompe un antiguo dogma de que la enfermedad dejaba inmunidad para toda la vida y, además, que la inmunidad que proporciona la vacuna es transitoria, ya que se acaba entre los 6 y 10 años después de haberse colocado. De ahí la importancia de la revacunación en los adultos.
La miel, las semillas de lino en infusión, el jugo de rábano fresco, la flor de caléndula y la flor de botón de oro. O preparar la siguiente mezcla: picar una o dos cebollas grandes, mezclar con bastante azúcar en un plato, dejarlo reposar durante la noche y a la mañana siguiente tomar una cucharada cada 3 horas de este jarabe. También este jugo: poner una capa fina de ajo machacado o rallado en el fondo de un plato, espolvorear una capa uniforme de azúcar moreno de caña, dejar unas cuantas horas y recoger después el zumo producido y consumir una cucharadita o mezclar con algo de agua o de infusión de tomillo. Estos son solo remedios pasajeros que alivian por un momento los síntomas, pero no son una solución definitiva.
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