Cuando alguna de las arterias coronarias se obstruye de manera total o parcial, se produce una falta de riego sanguíneo al miocardio (músculo del corazón). Si esta obstrucción es temporal, es decir, la falta de riego se produce sólo durante unos minutos y después se recupera, hablamos de angina de pecho.
Los síntomas permiten la sospecha del cuadro, pero debe confirmarse que existe realmente isquemia en el corazón. Muchas otras enfermedades como una gastritis, una hernia de hiato, la artrosis cervical, la anemia, etc. pueden provocar síntomas similares y deben descartarse antes de llegar al diagnóstico de angor.
Entre un 2 y un 4% es la prevalencia de la angina de pecho en la población general.
Existen una serie de factores de riesgo que no se pueden modificar (como la edad, el sexo o los antecedentes familiares) y otros que sí son modificables (el tabaquismo, el aumento del colesterol, la hipertensión arterial, la diabetes o la obesidad) que favorecen la formación de placas de arterioesclerosis.
Estas lesiones de arterioesclerosis provocan una disminución en el diámetro de la luz del vaso sanguíneo y una rigidez de esa zona de la arteria.
El síntoma más frecuente es un dolor de tipo opresivo en la zona precordial o en la zona del estómago (epigastrio). Este dolor se irradia hacia la mandíbula o hacia el brazo izquierdo, aunque también puede hacerlo a ambos hombros, brazos o muñecas.
El dolor suele aparecer cuando se realiza un esfuerzo físico o se tiene cualquier otra sobrecarga de tipo físico o psíquico y suele desaparecer al cesar la actividad.
La angina de pecho se debe a la obstrucción coronaria o aterosclerosis. Ésta, a su vez, se produce por la conjunción de una predisposición genética (sobre la que, hoy por hoy, no podemos influir) y la presencia de otras circunstancias que se llaman factores de riesgo.
Los factores de riesgo más importantes son el tabaquismo, el aumento del colesterol en sangre, la hipertensión arterial y la diabetes. Por tanto, el paciente con angina de pecho debe eliminar en lo posible estos factores para evitar que la enfermedad avance y los síntomas vuelvan o se agraven.
Para prevenir el angor es importante:
Para diagnosticar el angor basta, en la mayoría de los casos, con la exploración clínica, el electrocardiograma y la prueba de esfuerzo.
El método más utilizado para diagnosticar una angina de pecho es la prueba de esfuerzo: esta prueba consiste en someter al corazón a un esfuerzo importante de forma controlada y analizar si aparecen síntomas de angina de pecho, si cambia el electrocardiograma, etc.
Otras pruebas parecidas que sirven para diagnosticar la angina de pecho son el ecocardiorama de esfuerzo (igual que la prueba de esfuerzo pero acompañado de un ecocardiograma en reposo y en el esfuerzo), pruebas de medicina nuclear como el SPECT y pruebas más nuevas como la resonancia de corazón con adenosina.
El tratamiento del angor va a depender, sobre todo, de dónde se localicen las lesiones y del grado de obstrucción de las arterias coronarias.
Para el tratamiento médico utilizamos los fármacos antianginosos, que evitan o reducen el grado de isquemia aumentando el flujo de sangre al corazón (nitratos y calcioantagonistas) o aprovechando mejor la que llega (betabloqueantes,etc.).
La angioplastia consisten en la desobstrucción de las arterias coronarias durante el mismo cateterismo cardíaco) y técnicas afines que permiten, en el propio cateterismo, desobstruir las arterias y, por lo tanto, restablecer el flujo de sangre al corazón haciendo desaparecer la angina.
En los casos más avanzados o en los que el resultado va a ser mejor que con la angioplastia, está la opción de la cirugía de derivación aorto-coronaria (bypass), que ofrece también resultados excelentes.