La mayoría de las veces ir deprisa no implica caminar más rápido o pensar de forma más ágil. Significa estar y sentirse internamente acelerado. Muchas personas viven aceleradas e instaladas en la prontomanía, en la necesidad de contestar a todo de forma inmediata como si no hubiera un mañana. Da la sensación de que la prisa da prestigio porque indica que está ocupado, muy ocupado, y eso se interpreta como que es un gran profesional. Y esto es falso: la velocidad también puede ser sinónimo de mala gestión del tiempo, de desconcentración, de olvidos y desequilibrio personal y profesional.
La persona que vive con prisas lo hace también con el estrés y la ansiedad: no disfruta del momento porque está anticipando el futuro. Deja la vida pasar porque no observa lo que ocurre en el presente y no escucha lo que le dice la gente porque su cabeza piensa a 200 revoluciones. También tiene más probabilidad de tener un accidente porque se salta límites con tal de ahorrar tiempo.
La prisa puede llegar a convertirse en un estilo de vida: mucha gente no sabe qué hacer con su tiempo libre cuando lo tiene. Estar desocupado les provoca malestar, sensación de pérdida de tiempo, incluso falta de autoestima. Para este tipo de personas, el aburrimiento es algo desagradable, vacío y sin sentido. Por eso siguen corriendo aunque ni siquiera sepan hacia dónde. Hacer cientos de cosas y no disfrutarlas es como no hacer nada. Las personas con calma, las que optimizan su tiempo para trabajar y disfrutar de la vida en todos los sentidos, dan buen rollo y, a más de uno, envidia. ¿Cuál es el secreto?
¿Qué es importante y qué no lo es? Es una pregunta difícil a la que cada uno contesta de forma diferente porque depende de una escala de valores personal. Para unos es la familia; para otros, el trabajo o la propia felicidad. La respuesta no importa porque ninguna de ellas es buena ni mala. Lo que es importante es ser coherente y actuar conforme a lo que cada uno establece como relevante. Si cree que la familia es lo más importante, pero dedica todo su tiempo al trabajo, andará corriendo para sacar un momento para su prioridad. Hay que saber ordenar la agenda en función de sus preferencias, con sentido común y responsabilidad.
Establecerlos nos ordena y agiliza la mente. Los límites permiten prestar atención a lo importante, sin distracciones que le exigirán un nuevo proceso de calentamiento para concentrarse en la actividad que es realmente prioritaria. Cada vez que rompe su proceso de concentración, enlentece la tarea, y luego llegan las prisas para acabarlo todo. Suspira pensando en que no llega, se queda en la oficina más tiempo del que desearía, se siente culpable por no regresar a casa antes y vuelve a correr para recuperar lo que perdió por no gestionar bien su tiempo.
La conducta servicial no puede convertirse en actitud servil. Si antepone los deseos de los demás siempre antes que los suyos, luego no llegará a poder gestionar sus asuntos. Sus actividades y su relajación son importantes. Esta situación lleva a una vida insatisfecha, en la que predomina la idea de que no tiene espacio para usted mismo y de que sus actividades no son importantes. Muchas personas piensan que dedicarse tiempo es egoísta, porque son ratos que podría invertir en los demás. Pero no es así. Su bienestar psicológico y físico depende de su capacidad de disfrute.
Aprender a desconectar del móvil, del WhatsApp, del trabajo, del correo electrónico,... de todo lo que les impide disfrutar de otros momentos. Uno de los usos negativos de la tecnología es convertir todo en algo inmediato. No está obligado a contestar a toda la información entrante en el instante. La mayoría de ellos no son urgentes. Si lo fueran, le llamarían. Aprenda a retrasar, sobre todo si en ese momento está realizando otra actividad que requiere de su atención.
Utilizar técnicas que permitan relajarse: yoga, pilates, deporte, un baño de agua caliente, una llamada de teléfono larga y relajada o una copa de vino al calor de la chimenea. Para estos momentos siempre hay un espacio. Se trata de repartir las horas de forma que obligaciones y ocio estén equilibrados.
Estar presentes, disfrutar y observar lo que pasa a nuestro alrededor. No buscar siempre qué hacer a continuación, sino dejarse llevar por el momento. Dedicar tiempo a la vida contemplativa. Para disfrutar del momento, hay que estar en el presente, en el "esto, aquí y ahora". Repetirse estas palabras de vez en cuando le permitirá recordar la importancia de los detalles, de atender su momento en lugar de anticipar el futuro.