La infección urinaria es una patología frecuente en los niños. Afecta más a las niñas que a los niños.
Una infección a nivel de los riñones cursa con dolor en el abdomen, en la parte inferior de la espalda o incluso en una parte de la ingle. Además se presenta cansancio, febrícula (aumento de la temperatura corporal), ganas imperiosas de ir a orinar (que se acompaña de dolor y ardor al momento de la micción), escalofríos, náuseas y falta de apetito.
Las infecciones urinarias son más frecuentes en las niñas que en los niños, especialmente, alrededor de los tres años de edad. En los niños, el riesgo de una infección de orina es un poco más alto antes del primer año de vida. Estas infecciones se relacionan con las bacterias que, por lo general, se encuentran alrededor del ano o la vagina y que llegan a la vejiga o los riñones.
Son especialmente frecuentes en los niños que presentan un reflujo vesicoureteral (VUR) congénito, una afección en la cual la orina fluye de forma retrógrada hacia los uréteres y los riñones. Suele cursar con presencia de sangre en la orina, necesidad imperiosa de orinar, orina turbia con mal olor, micciones muy frecuentes, dolor o ardor al orinar, mal estado general, presión o dolor en la parte inferior de la pelvis o en la región lumbar y aparición de una incontinencia urinaria.
Cuando la infección llega a nivel del riñón suele aparecer fiebre elevada y escalofríos, así como dolor en la espalda baja, al costado o en la región abdominal. Para el diagnóstico es necesario obtener y analizar una muestra de orina. Para el tratamiento son necesarios los antibióticos.
En los bebés los síntomas son diferentes. Cursa con una fiebre de origen desconocido como único síntoma. Aproximadamente, un 5 % de los bebés que tienen fiebre sin ningún otro síntoma sufren una infección de orina. A menudo este hecho explica que muchas infecciones urinarias en bebés no se diagnostiquen.
Otros síntomas que pueden aparecer son una orina con olor fuerte, turbia o con restos de sangre; alguna señal de que orinar es doloroso (por ejemplo, si llora cuando orina); una irritabilidad pronunciada del bebé; que el bebé no quiera comer o la aparición de diarrea o vómitos.
Si el pediatra sospecha una infección urinaria, toma una muestra de orina para analizarla y comprobar si existen bacterias. Para conseguir la muestra de orina se suele colocar una sonda. El tratamiento es a base de antibióticos líquidos, los cuales se pueden administrar en una dosis única al día o cuatro dosis diarias.
Los síntomas son escasos y parecidos a los del adulto, lo que dificulta el diagnóstico. La enfermedad puede cursar con fiebre, palidez, falta de apetito, ruptura de la curva de peso, pérdida de peso y dolores abdominales. Los dolores que aparecen durante la micción, síntoma típico de la infección urinaria en los adultos, no se observan —en la mayoría de los casos— en los niños.
El diagnóstico de infección urinaria se confirma a través de un análisis de orina. Una ecografía o cistografía se deben practicar cuando las infecciones urinarias son frecuentes
Un germen presente en la vejiga o las vías urinarias provoca la infección. Por lo tanto, la infección urinaria se define por la presencia de bacterias en la orina, cuya concentración debe ser superior o igual a 10.0000 gérmenes/ml para ser significativa.
Las causas más comunes de las infecciones urinarias en los niños son las malformaciones urinarias y el reflujo vesicoureteral. Toda infección urinaria necesita de un estudio. En el 40 % de los casos existe una lesión preexistente y, en este porcentaje de pacientes, en uno de cada dos casos se trata de un reflujo vesicoureteral.
Es el paso anómalo de la orina desde la vejiga urinaria hacia el uréter y, en ocasiones, el riñón. Es decir, en el sentido contrario al habitual, ya que la orina se produce en los riñones y desciende por los conductos llamados uréteres hasta la vejiga, donde permanece hasta que se expulsa al orinar.
Es frecuente en los niños, sobre todo en las niñas, tanto que se calcula que un 1 % de la población infantil puede tener este tipo de reflujo, aunque no tenga ningún síntoma. Es un obstáculo en las vías urinarias, lo que provoca que jamás se vacíe completamente la vejiga.
Se debe a una alteración en la unión de uno o los dos uréteres con la vejiga. Aunque no es la única causa, la herencia juega un papel importante, pues se ha demostrado que el reflujo es más frecuente en niños con hermanos o padres con esta anomalía. Provoca infecciones urinarias y dolores abdominales o lumbocostales al momento de orinar.
Las malformaciones urinarias más frecuentes son la estenosis (orificio estrecho) de la unión pieloureteral, la litiasis (formación de cálculos) y el megauréter obstructivo primitivo. Estas malformaciones necesitan, por lo general, un tratamiento quirúrgico.
Se debe prescribir un tratamiento antibiótico. Un análisis de orina de control debe efectuarse después del tratamiento para asegurarse de que no existen más gérmenes.
Para tratar una infección urinaria aguda no complicada se puede utilizar cefalexina, antibiótico que pertenece a la familia de las cefalosporinas llamadas de primera generación. La dosis de la cefalexina puede ser 500 mg cada 12 horas o 250 mg cada 6 horas. Sin embargo, debido a la presencia de resistencias que han adquirido los gérmenes no se utilizan cuando no se conocen exactamente los gérmenes responsables. Este antibiótico es útil cuando se sabe que el germen es sensible y, además, en las embarazadas porque no es tóxico para el feto.
En el caso de los bebés, se recomienda lavar la parte genital cada vez que se cambia el pañal. Si el niño es mayor y se lava solo, ayudarlo o verificar que su lavado sea completo. Hay que enseñar a las niñas pequeñas a limpiarse de delante hacia atrás con el fin de evitar que las bacterias presentes en el ano alcancen la vagina o la uretra. De esta forma, se limita el riesgo de infección. También es importante evitar que el niño se aguante, es mejor encaminarlo a que vaya al baño lo más pronto posible.
La infección urinaria es provocada por microorganismos que ingresan en el aparato urinario a nivel de la uretra, la vejiga o el riñón. Esta situación es muy frecuente en la mujer embarazada. Durante el embarazo ocurren algunos cambios en el organismo de la mujer que aumentan el riesgo de padecer una infección renal o pielonefritis.
El primer cambio es que se segrega progesterona, esta hormona relaja los músculos de los uréteres (las vías que conectan la vejiga y los riñones), lo que provoca que se dilaten y el flujo de orina sea más lento. Esto aumenta el riesgo de que las bacterias se reproduzcan y aparezca la infección. El segundo cambio es que, durante la gestación, la orina cambia: es menos ácida y más propensa a contener glucosa, lo que incrementa el riesgo de que proliferen las bacterias.
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