La vitamina C, también llamada ácido ascórbico, es un componente importante de nuestro organismo porque interviene en numerosos procesos.
La vitamina C permite la formación de colágeno, elemento indispensable en la formación de los huesos, así como de cartílago, tejido conjuntivo y de la piel y participa en la lucha contra el envejecimiento.
La vitamina C permite resistir mejor a las infecciones porque participa en el funcionamiento de la función inmunitaria. Además, la vitamina C permite mejorar el proceso de cicatrización y favorece la absorción del hierro presente en los vegetales que consumimos y participa en la formación de los glóbulos rojos. La vitamina C posee propiedades antioxidantes y también interviene en la prevención del proceso de envejecimiento.
Los fumadores deben consumir más frutas y verduras porque el tabaquismo disminuye el nivel de vitamina C en la sangre.
Las mujeres embarazadas a menudo ignoran que sus necesidades de vitamina C aumentan en el transcurso de su embarazo.
Las causas de un déficit en vitamina C son numerosas. Citemos ante todo la falta de consumo de alimentos que contienen vitamina C como las frutas y las verduras, pero también el estrés, la práctica intensiva de deporte, el tabaquismo debido a una disminución de la vitamina C en la sangre y el alcoholismo.
Un déficit de vitamina C puede provocar cansancio, somnolencia, molestia respiratoria como ahogo, falta de apetito o infecciones frecuentes.
Un déficit importante y duradero de vitamina C puede provocar escorbuto, apareciendo en poblaciones la mayoría de las veces desfavorecidas que no consumen o consumen muy pocas frutas y verduras.
Las aportaciones diarias recomendadas de vitamina C son 110 mg para un adulto, 100 mg para un niño y de 120 mg para una mujer embarazada y una persona de edad.
Esta cantidad parece insuficiente para numerosos nutricionista que recomiendan un aporte superior a los 200 mg diarios.