La hipertensión maligna es una enfermedad rara que se caracteriza por un aumento significativo de la presión arterial con insuficiencia cardiaca, renal o neurológica y un impacto sobre la retina. La presión arterial debe ser superior a 180 mm Hg para la presión arterial sistólica (el comienzo de la contracción del corazón) o por encima de 110 mm Hg para la presión arterial diastólica (al final de la contracción). La progresión de la enfermedad puede ser fatal en ausencia de tratamiento. La hipertensión maligna puede ser responsable de varias complicaciones como el ictus, la ruptura de las paredes de la aorta (disección aórtica) o la insuficiencia renal aguda.
Los síntomas de hipertensión maligna son:
El diagnóstico de la hipertensión maligna se realiza a través de la toma de la presión arterial y el reconocimiento de la presencia de signos de dolor visceral. Un fondo de ojo, un análisis de sangre, electrocardiograma y pruebas dirigidas según los signos clínicos se llevarán a cabo de forma urgente; se practicará un escáner cerebral y/o un ecocardiograma.
El tratamiento depende de la etapa en que esté la enfermedad: en caso de buena tolerancia y de falta de signos de gravedad, hay que vigilar la presión arterial en reposo y un control estricto de la tensión arterial. En caso de emergencia, se inicia un tratamiento con antihipertensivos por perfusión.
Las medidas para el control de la tensión arterial, un régimen dietético pobre en sal, una disminución de peso en caso de exceso ponderal y una lucha contra los factores cardiovasculares de riesgo: dejar de fumar y de beber, tener un buen control de la diabetes y disminuir del índice de colesterol.