La cistitis intersticial, también llamada síndrome de la vejiga dolorosa, es un conjunto de síntomas y signos que se manifiestan por un aumento crónico de la frecuencia y la urgencia de las micciones, dolor en la pelvis o en la región inferior del abdomen y/o incontinencia de la orina. Suele cursar con un dolor que se localiza por encima del pubis en relación con el llenado de la vejiga de la orina. Va acompañado de otros síntomas, como un aumento de la frecuencia urinaria diario y nocturno, en ausencia de infecciones comprobadas de la orina o de cualquier otra enfermedad. Esta enfermedad puede tener importantes efectos negativos sobre la calidad de vida de las personas que la padecen: la mitad de los pacientes son incapaces de trabajar a tiempo completo; tres de cada cuatro pacientes presentan dispareunia, es decir, relaciones sexuales dolorosas; el 70% presentan trastornos del sueño y 9 de cada 10 pacientes señalan que la enfermedad afecta a sus actividades cotidianas.
La cistitis intersticial es de 5 a 10 veces más frecuente en mujeres que en hombres, especialmente en la franja de edad comprendida entre los 25 a los 55 años. La mayoría de los pacientes presenta grados ligeros o moderados de la enfermedad por lo que, a menudo, pasa desapercibida o es confundida con otros problemas urológicos o ginecológicos.
Probablemente son varias las causas responsables. Destacan una alteración de la permeabilidad del epitelio o capa interna de la vejiga de la orina y un aumento en la activación de los nervios sensoriales de la vejiga. Durante muchos años las causas de este proceso han resultado poco claras, pero ahora disponemos de diferentes pruebas que demuestran que la cistitis intersticial resulta de una ruptura del llamado urotelio o capa interna de la vejiga que ocasiona una alteración de los mecanismos naturales de defensa que protegen a la vejiga, a la uretra y a la próstata, en los hombres, ante los compuestos potencialmente tóxicos que habitualmente están presentes en la orina. Como resultado, estas sustancias (fundamentalmente el potasio) pueden penetrar la capa protectora de la superficie urotelial y activar los nervios y músculos del tejido subyacente.
Suele cursar con síntomas de urgencia miccional (ganas incontrolables de ir al baño), aumento de la frecuencia de las visitas al mismo, dolor pélvico (en la parte inferior del abdomen) y/o incontinencia o escapes de orina, en cualquier combinación. La mayoría de los pacientes presentan todos estos síntomas. La aparición de la enfermedad es, a menudo, insidiosa, es decir, aparece poco a poco, y en la mayoría de los casos progresa gradualmente a lo largo de años e incluso décadas. Generalmente, el síntoma inicial es el aumento de la frecuencia de las micciones hasta llegar a 8-10 al día. Una manifestación de este problema, presente en la mayoría de los pacientes, es la llamada nicturia, es decir, tener que levantarse por la noche para miccionar, en ocasiones de 2 a 5 o más veces.
Aproximadamente el 75% de pacientes (hombres y mujeres) presentan dolor al mantener relaciones sexuales (dispareunia). El dolor es, a menudo, constante y no siempre en relación con el llenado de la vejiga de la orina. También puede aparecer al vaciar la vejiga. Algunos factores como las alergias o, en las mujeres, los cambios hormonales, se han asociado con las agudizaciones de la enfermedad. Otros factores como el estrés físico y emocional, la actividad sexual y algunos alimentos como el café, los cítricos, los tomates, el chocolate, las bebidas con gas o con cafeína, el alcohol y las especias también se han relacionado con el desencadenamiento del dolor de la cistitis intersticial.
Aunque se han propuesto diferentes criterios diagnósticos no existe ningún método universalmente aceptado para el diagnóstico correcto de la cistitis intersticial. El consenso general es que el diagnóstico de esta enfermedad es fundamentalmente clínico y se debería sospechar en aquellos hombres o mujeres que consultan al médico por un cuadro de aumento en la frecuencia de las micciones, urgencia miccional, dolor o molestias pélvicas y exacerbaciones o empeoramiento de los síntomas con la actividad sexual, siempre y cuando se hayan descartado otras causas.
Diferentes pruebas pueden realizarse como análisis de orina para descartar infecciones, prueba de la sensibilidad al potasio, cistoscopia o endoscopia de la vejiga y biopsia de este órgano e incluso pruebas urodinámicas, pero ninguna de ellas ha mostrado ser particularmente específica para diagnosticar esta enfermedad.
Antes de diagnosticar a un paciente de cistitis intersticial conviene descartar infecciones de la orina y efectos de radiaciones o agentes químicos sobre la vejiga. Esta enfermedad debería ser considerada en hombres y mujeres con dolor pélvico crónico y en pacientes con vejiga hiperactiva que no responde al tratamiento médico.
Los síntomas de esta enfermedad pueden llegar a hacerse crónicos y progresivos. La enfermedad progresa muy lentamente y, en algunos casos, puede llegar a estabilizarse e incluso puede que no avance.
La mayoría de los casos de cistitis intersticial pueden tratarse adecuadamente, tanto en hombres como en mujeres, mediante un plan de tratamiento oral al que se le puede añadir un tratamiento intravesical cuando sea necesario. Durante años se ha venido usando una técnica llamada distensión vesical, que consiste en dilatar la vejiga de la orina bajo anestesia. Este tratamiento alivia los síntomas de algunos pacientes en el 20% - 90% de los casos pero sólo durante un período de 3 a 6 meses. Otra posibilidad es el tratamiento intravesical con sustancias como el polisulfato de pentosán. También se puede proponer un tratamiento oral con un antidepresivo tricíclico llamado amitriptilina que se usa para inhibir la activación nerviosa que acompaña a la enfermedad y un tratamiento oral con antihistamínicos como la hidroxicina para controlar las alergias que pueden agravar la cistitis intersticial.
Por último, en los casos más graves y en los que ha fracasado el tratamiento médico, se ha puede proponer una extirpación completa de la vejiga de la orina y la derivación de la orina a un nueva vejiga construida a partir de un asa de intestino. Se trata de un último recurso ya que es una intervención quirúrgica muy agresiva. En manos expertas puede, sin embargo, ofrecer buenos resultados.